sábado, 24 de abril de 2010

"Está bien que los agarren y los maten" II

“ESTA BIEN QUE LOS AGARREN…”
(segunda parte)


He vuelto a la habitación
donde hacen el amor el hombre y la mujer
(Se dice el lugar preferido de Fulcanelli
Quien sostenía que el verdadero misterio
había que buscarlo en la catedral
metafísica de los amantes.)

La mujer pulsa un botón de la consola.
El cantor instala los versos
dolientes en la sala.

“Llegó con tres heridasla del amor,la de la muerte,la de la vida”.
Se han quedado solos.
(El hombre y la mujer, claro)
Las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte
-ya sabemos: Eros y Thánatos-
han abandonado los miasmas del ambiente
después de apoderarse de los actos volitivos.

El grito de muerte de la vida ha quedado atrás.
Ella y él han recuperado la vertical intelectual
luego que la emoción
desatada por las vísceras
se batiera en retirada.
(Claro que el incendio de los poros se resiste a morir
exudando los últimos fuegos en las sábanas.)

Por el canal de audio del hotel
el cantor canta con Hernández:

“Con tres heridas vienela de la vida,la del amor,la de la muerte”.
Es la hora de la melancolía
(En el hombre
el momento de la angustia
que suele aflorar luego del orgasmo.)
Y es el momento en que la mujer
se pregunta
cual es la verdad final
de tanta comparsa lúdica:
Vísceras, sangre que se desliza
a borbotones por las venas;
gritos contenidos
de voces ancestrales
refugiadas en esa parte del cerebro
donde la memoria archiva los sucesos.
(Habrá que remitirse a Jüng y su inconsciente colectivo.)


Mintras tanto, el cantor continúa con su oda de homenaje.


“Con tres heridas yola de la vida,la de la muerte,la del amor(*)


Ellas, las voces de la raza,
han llegado en tropel
convocadas por la duda existencial.
Verborrágicas,
se apropian de la confusión del pensamiento.
Prenden fuego a las palabras.
Hablan de lo que fue y de lo que no fue.
De amores sublimes y de los otros.
De comunes orgasmos
Y de los orgasmos paridos por el alma.


Mientras tanto
el baladista continúa agitando la morbidez del aire.

“En lugar de arrinconarlos en la historiaconvertidos en fantasmas con memoria”.

Los amantes han quedado a solas.
Eros se ha escondido entre los pliegos
de la piel
Y languidece entre el revoltijo de las sábanas.
Se han marchado las musas;
también los ángeles guardianes del hombre y la mujer
-testaferros a cargo de ciertos vericuetos filosóficos-.
Pero permanecen las ilusiones
y las dudas,
y también las esperanzas
que siempre tienen una excusa
para no retirarse.


Convocado por la urgencia asesina de la muerte
Ha partido el primero, Thánatos.
(Si uno se asoma a la ventana
Percibirá su olor áspero-¿qué otro olor puede tener la muerte?-
rondando invisible el cuerpo chamuscado del subversivo.
Aún los policías conforman con sus cuerpos una estrella
Y los cameram de los canales pugnan por la mejor toma.)


La mujer ha encendido un cigarrillo.
Aún siente en su vagina
el esperma caliente del hombre.
Sabe-sin pensarlo- que en la oquedad de su carne
en ese viscoso líquido,
en ese montoncito de materia seminal
fermenta y se revuelve la esencia misteriosa
de la vida.
Y sabe-sin tomar conciencia que lo piensa-
que Dios nos suele convertir en asesinos involuntarios
de la especie.


“El verdadero amor es el que ama con el cerebro”
La frase de Erich Frönm
se desliza por encima de la cabeza del hombre
y éste la recoge por unos momentos,
intentando tamizarla por el cedazo del espíritu.
Pero es inútil
porque el espíritu resiste la idea de la finitud.
Entonces, lanza una puteada soberana
Y él también enciende un cigarrillo.
El siseo de la llama abre una ventana de luz
en la penumbra.
Mira a la mujer;
busca en los ojos de ella
el arcano mecanismo que guarda todos los sueños
de la raza.

Casi en puntas de pie-un puntas de pie metafísico, claro-
Eros ha vuelto para instalarse
sobre el vórtice preciso de la angustia
que domina las miradas.

En el silencio del ambiente
y el silencio casi ominoso de los amantes,
Los teamo y los tequiero han tocado a rebato.

Sorpresivamente,
en la pantalla láser de la habitación
se fijan amenazantes figuras
ingresando por el portón de entrada
del Hotel.

El hombre y la mujer dejan de fumar
y se apoyan sobre el respaldo de la cama.
Alguien ha encendido el visor público
y las imágenes se hacen holograma
mostrando a una familia de negros indigentes
con toda la pobreza encima y algo más.
(Vienen de la tierra caliente y hostil de Nairobi,
y el hombre y la mujer-los amantes, claro-
ven las huellas de sangre
que imprimen sobre el piso
los pies de los refugiados.)

Una voz en off grita como si cortara metal con los dientes:
“¿Quién dejó entrar a estos sidosos de mierda?
¡Llamen a los guardias, carajo!”



Como parte de esa escenografía
Inasible e invisible,
De la calle, llegan las voces de las comadronas
Festejando la irrupción brutal de la muerte.

Mientras tanto
-y para regocijo de los televidentes-,
el subversivo muerto
muestra el orificio del antebrazo derecho
en el cual aún titila la luz roja
que no pudo ser arrancada de la carne.

En la habitación, la voz
de Serrat, canta aquello de “Entre estos tipos y yo
hay algo muy particular”
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(*)sERRAT INTERPRETA A mIGUEL hERNÁNDEZ
epoca oscura
(2008)

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